viernes, 12 de agosto de 2011
Aceptación incondicional
UNA HISTORIA VERÍDICA
Esta es la historia verídica de una mujer que aprendió lo que es el amor incondicional y decidió compartirla:
Soy madre de tres hijos de 14, 12 y 3 años y recientemente terminé mi carrera universitaria. La última clase que tomé fue Sociología. La maestra estaba muy inspirada con las cualidades que yo deseaba ver con las cuales cada ser humano había sido agraciado.
Su último proyecto fue titulado "Sonríe". Pidió a la clase que saliera y le sonriera a tres personas y documentaran sus reacciones. Yo soy una persona muy amistosa y siempre sonrío a todos y digo "hola", así es que pensé que esto sería pan comido, literalmente.
Tan pronto nos fue asignado el proyecto, mi esposo, mi hijo pequeño y yo fuimos a McDonald's una fría mañana de Marzo, era la manera de compartir un tiempo de juego con nuestro hijo. Estábamos
formados esperando ser atendidos cuando de repente todos se hicieron para atrás incluso mi esposo.
Yo no me moví una pulgada y un abrumador sentimiento de pánico me envolvió cuando di vuelta para ver qué pasaba.
Cuando giré percibí un horrible olor a "cuerpo sucio" y junto a mí estaban parados dos hombres pobres, cuando miré al pequeño hombre que estaba cerca de mí, él sonreía, sus hermosos ojos azul
cielo estaban llenos de luz de Dios buscando aceptación.
Él dijo: Buen día, mientras contaba las pocas monedas que traía. El segundo hombre manoteaba junto a su amigo, creo que era retrasado mental y el hombre de ojos azules era su salvación.
Contuve las lágrimas. La joven despachadora le preguntó qué quería. Él dijo "café, es todo señorita", porque era para lo único que tenían, ya que si querían sentarse en el restaurante para calentarse un poco, tenían que consumir algo.
Entonces, realmente lo sentí, el impulso fue muy grande, casi alcanzo al pequeño hombre para abrazarlo, fue entonces que sentí todas la miradas en mí, juzgando mi acción.
Yo sonreí y le pedí a la joven despachadora que me diera dos desayunos más en charolas separadas y caminé hacia la mesa donde estaban los dos hombres sentados, puse la charola en su mesa y mi mano sobre la mano fría del pequeño hombre, él me miró con lágrimas en los ojos y dijo... "gracias".
Yo me incliné dando palmaditas en su mano y le dije: "no lo hice por ustedes, Dios está aquí actuando a través de mí para darles esperanza".
Comencé a llorar mientras caminaba para reunirme con mi esposo e hijo.
Cuando me senté mi marido me sonrió y dijo: "es por eso que Dios te dio para mí, cariño, para darme esperanza". Nos tomamos de las manos por un momento y en ese instante supimos la Gracia con la que fuimos bendecidos por ser capaces de dar.
Ese día me fue mostrada la luz dulce y amorosa de Dios. Yo regresé a la universidad a la última clase nocturna, con esta historia en mano.
Entregué mi proyecto y la instructora lo leyó, entonces me miró y preguntó: ¿Puedo compartir esto? Yo asentí lentamente mientras ella pedía atención de la clase.
Comenzó a leer y me di cuenta que nosotros, como seres humanos y siendo parte de Dios, compartimos esta necesidad para sanar a la gente y ser sanados.
A mi manera, se lo hice sentir a la gente en McDonald's, a mi esposo, hijo, a la maestra y a cada alma en el salón de clases esa última noche como estudiante.
Me gradué con una de las lecciones más grandes que jamás hubiera aprendido, la ACEPTACIÓN INCONDICIONAL.