viernes, 8 de agosto de 2014

Hermanos, Discípulos y Ladrones.



Lecturas: Génesis 4:1-16; Lucas 22:54-62; Juan 18:1-11; Mateo 27:3-10; Lucas 23:32-43; 


Muchas veces he contrastado mi vida con relación a las de personas que, aún teniendo las mismas posibilidades que yo, han logrado llegar más lejos en algunas áreas. Este contraste es muy común en el mundo, vemos el caso de hermanos, que aunque tenían las mismas posibilidades, escogen destinos diferentes; amigos que crecen en las mismas circunstancias y sus decisiones los llevan a caminos diferentes y personas que aunque inician juntos un determinado período de tiempo y en las mismas condiciones, se desarrollan de una manera muy diferente por las decisiones que toman más tarde. Hoy analizaremos tres historias bíblicas que giran entorno a la problemática de cómo las decisiones que tomamos definen nuestra actitud frente a la voluntad de Dios y nuestro futuro en Dios.


Hermanos de sangre.

En los días tempranos de la humanidad sobre la tierra, aconteció un hecho que marcaría un antes y un después en nuestras generaciones. Los dos hijos, aparentemente mayores de Adán y Eva —primeros Seres Humanos en la tierra— vivían junto a sus padres y hermanos en la tierra que una vez maldijo el creador, por culpa de la rebelión del Hombre. Sus nombres eran Caín y Abel. 

La vida era dura, Caín era labrador de la tierra, mientras Abel, su hermano era pastor de ovejas. Los humanos debían enfrentarse a toda clase de peligros en ese entonces. Ya no estaban en el tope de la cadena alimenticia. Habían perdido la identidad de Dios y el dominio absoluto sobre la creación, ahora vivían en una creación rebelde e inestable y pronto descubrirían que el mal no solo podría habitar en su entorno, sino también en ellos.

Al llegar el tiempo de ofrecer sus sacrificios a Dios, Caín trajo una ofrenda de entre los frutos que había recogido de la tierra, mientras que Abel trajo lo mejor de sus ovejas. Dios miró con agrado la actitud de Abel y su ofrenda, por el contrario le disgustó la actitud de Caín y su ofrenda. Caín se sintió frustrado por esto, razón por la cual Dios se le acerca y le pregunta: —“¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?”—. Caín estaba muy molesto, quizás pensaba que a su hermano le había costado su ofrenda menos que a él, quizás solo estaba celoso de Abel. Al terminar de hablar con Abel, Dios le dice: —“Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él”—. En otras palabras, Dios le explica que esto que estaba sintiendo era un conflicto en su conciencia, Dios le dice que si elegía hacer el bien, sería enaltecido igual que Abel y le iría bien, también le explica que aún así el mal también estaba a la puerta y que al final de cuentas él era quien debía decidir: Hacer el bien o hacer el mal. Parece sencillo ¿no?

Al siguiente versículo, Caín mata a su hermano. Obviamente escogió hacer el mal, obviamente escogió hacer lo que estaba mal. Con esto trazó su destino y el de toda su descendencia. Dios le juzgó por su pecado, le maldijo por haber matado a su hermano. Aunque eran hermanos de sangre, al final de esta historia, la sangre de Abel quedó siendo sangre inocente, que clamaba a Dios por justicia y la de Caín, sangre culpable, por cuanto mató a su hermano.

Es irónico que de dos hermanos nacidos en la misma casa, criados bajo el mismo techo, uno se haya inclinado al mal y el otro se haya inclinado al bien. Sin embargo, esta escena se repetiría varias veces a lo largo de toda la biblia, esta no sería la última vez en la que la misma circunstancia trazaría dos destinos completamente contrarios.


Discípulos del mismo maestro.

Los dos seguían a Cristo, los dos eran parte de los 12 discípulos selectos del Hijo de Dios. Ambos tenían responsabilidades ligadas al ministerio de Jesús. Judas, era el tesorero del maestro, los fondos del ministerio estaban a su cargo. Por su parte, Pedro era uno de los discípulos más respetados, se creía que Pedro era el más fiel, el más leal de todos.

El nombre de Judas, era una adoración a Dios, entre sus significados encontramos: “Agradezco a Dios”, “reconozco a Dios”, “Alabado sea Dios” o “El que adora a Dios”. El nombre de Pedro, significaba “Piedra”, Pedro posiblemente un maloliente pescador y Jesús le había llamado para sus propósitos eternos, Jesús le encargó el liderazgo de su iglesia cuando le dijo: “Sobre esta Piedra edificaré mi casa”. Sin embargo, en un momento de la historia de los evangelios, ambos discípulos le dieron la espalda a su fe en el maestro.

Pedro, negó a Jesús tres veces el día antes de que muriera. Incluso habiéndole dicho a Jesús que nunca lo haría, que nunca le negaría, terminó haciéndolo. Judas, ni hablar de Judas. Judas vendió a Jesús a los fariseos, como si el Hijo de Dios fuera un producto del mercado negro o cualquier otro objeto barato de treinta monedas de plata. Que mayor mal que este, una traición contra el Hijo de Dios, el cual venía a dar su vida por el mundo.

Hasta ahora ambos seguían andando por el mismo sendero, desde los días cuando caminaban junto al maestro, hasta los días de sus caídas. Vieron los milagros, las sanidades, los prodigios, probaron el sabor amargo de la carga de conciencia provocada por la ejecución de una traición y cuanto más una traición al Mesías, Rey de los judíos. En algún punto debieron tomar destinos diferentes, sino no estuviéramos analizando sus vidas en este artículo, ¿Qué diferenció la vida de Pedro de la de Judas si ambos cayeron?, ¿Por qué no terminaron igual si ambos le fallaron al maestro?

¿Qué pasó luego?, En el caso de Judas, terminó suicidándose por la culpa que sentía por haber entregado a muerte a un inocente. Pedro por su parte, se arrepintió de su pecado y optó a la misericordia de Dios. Judas pudo arrepentirse, pero prefirió pagar por su pecado a recibir el perdón de Dios.


Dos Ladrones, un redentor.

En aquél lugar al cual llamaban “La Calabera”, se lograban visualizar a lo lejos tres cruces, tres hombres estaban siendo crucificados. Entre ellos estaba Jesús, fue crucificado en medio de dos malhechores, había un ladrón a cada lado de la cruz, los tres luchaban entre la vida  y la muerte, mientras sus cuerpos se desangraban por las heridas  los azotes. Ninguno sobreviviría a aquella experiencia, ninguno estaba destinado a bajar vivo de aquel monte.
Ya casi morían, la gente no dejaba de gritarle cosas a Jesús, muchos se mofaban, otros lloraban, lo seguro era que había un escándalo frente a aquella cruz. Los fariseos gritaban: ¡Sálvate a ti mismo, Rey de Los Judíos!, Las personas que pasaban por allí, se burlaban: “Salvó a otros y no se puede salvar a sí mismo”.

En medio de toda esta situación, en medio de tantos ánimos mezclados, tantas emociones, tantos gritos de las personas, alguien pudo escuchar una conversación entre los que estaban allí colgados. —“¡Si tú eres eres el Cristo, sálvate y sálvanos!”—, Se burlaba uno de los malhechores. —“¡Cállate! ¡Ni aún en la hora de tu muerte temes a Dios!”—, le reprende el otro, —“Nosotros merecemos estar aquí, más este ningún mal ha hecho”—, continuó diciendo. Entonces, orientando su mirada hacia Jesús, le ruega: —“Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”—. Jesús le mira, y con tanto amor, con tanta misericordia, con tanta compasión por la vida de este hombre, que estaba a punto de culminar, le responde: —“Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”—. Todo este escándalo, no pudo ahogar la voz sublime de la gracia y el amor de Dios para nosotros.

Lo curioso de este relato, es que ambos tenían las mismas posibilidades de ser salvos. Ambos estaban siendo crucificados junto al redentor de toda la humanidad. Ambos estaban muriendo a su lado, uno decidió rechazarle y el otro aceptarle. Del primero, no se vuelve a saber nada, el segundo recibió la promesa de que aquél mismo día estaría con el Señor en el paraíso.

Es increíble como nuestras decisiones pueden marcar, para bien o para mal nuestro futuro, como estas pueden definir nuestro destino a partir de sí mismas. Las decisiones parecen ser puertas, parecen ser intersecciones en el camino de la vida, desde el principio, Dios está asesorándonos acerca de qué decisión tomar, por el bien de nuestro futuro, por el bien de nuestra propia historia.

Dios desea que nuestras vidas sean remarcables, trascendentes, notables, de manera que tengamos un legado de bien, de justicia y de buenos frutos que dejar el día en que pasemos a una mejor vida. Dios nos dice: “[…] os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”. Cada decisión es crucial, cada decisión influye, en nuestro futuro inmediato o en nuestro futuro lejano, por lo que debemos ser cuidadosos al tomar cualquier decisión y ante todo pedir la dirección del Señor.

Dios quiere que hagamos el bien, que le sirvamos en toda bondad y justicia, con amor y fe. De esta manera, si un día le fallamos, puesto que estamos expuestos a la tentación causada por nuestra propia mente todo el tiempo, optemos por su misericordia, la cual está siempre en pie a nuestro favor, esperando un acto de arrepentimiento de cualquier persona para actuar y llevar a cabo el plan perfecto de Dios que es en Cristo Jesús, Señor Nuestro.

—Ismael Concepción